Todo es cuestión de ver la cara de un niño cuando le enseñas algo que núnca ha visto, o algo que para su pequeño mundo es imposible de explicar (como balancear una pelota con un dedo, un globo con helio que flota, etc.). Eso se llama la capacidad del asombro, y lamentablemente la mayoría de nosotros la perdemos conforme vamos creciendo.

Creo que por una parte, nos acostumbramos al mundo en el que vivimos, y por otro lado, algunos consideramos una señal de estabilidad emocional el no dejarnos sorprender. Algo así como como decir, «gracias, pero eso ya lo sabía», o «gracias, pero eso ya lo he hecho.»

Cuando escogemos ese camino, no sólo perdemos la capacidad del asombro, sino que también cerramos las puertas a nuevas experiencias y perspectivas, deshabilitamos la creatividad, y ¿por qué no decirlo?, nos volvemos amargados.

Para recuperar el asombro es necesaria la humildad. La humildad de reconocer que no lo sé todo. Que hay personas que han visto mas y que saben mas que yo, y que puedo aprender de ellas. ¿Y por qué no? La humildad de simplemente parar un momento en esta vida tan rápida y volver a contemplar lo maravilloso de la lluvia, el milagro de un avión que vuela, lo poético de un atardecer y la belleza de una flor.

La vida te parecerá mas vida si te dejas asombrar.

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